Arqueología Pop



Lo de arriba lo encontré en casa de mis padres. Estaba buscando algo de postre, alguna "alegría" dulce como fin de fiesta del papeo (porque sin postre no es comer, es tan sólo alimentarse) y en el armario de las galletas, tras desechar un paquete de rosegones y unos pastelitos de coco, me topé con semejante resto de arqueología pop. Como un Indiana Jones popero y con el beato que requiere el toparse con el Arca de la Alianza, cogí la caja entre mis manos lentamente.

Hostia. Era Chocopic, antes de que le cambiaran el nombre (por una letra, pasó a llamarse Chocapic) y todavía no había tomado el espacio de la caja aquel chucho parlante que sale por la tele. Pero el interior no estaba tomado por los copos de trigo con chocolate. Aquella caja pesaba mucho. Demasiado para 6 u 8 meriendas.

-Mamá -dije sopesando la caja entre mis manos- ¿qué guardas aquí?

Mi progenitora estaba pelando una naranja (variedad Late, según ella es la única fresca a estas alturas del año, las otras son TODAS congeladas) e hizo memoria por dos segundos.

-Ahí guardo las figuras del Belén. Las de LLadró.

Entendí el peso. Comencé a curiosear observando las ilustraciones de la caja; el bol repleto de chocapics con su leche no podían faltar, son inalterables a las modas, pero el protagonista, en segundo término, era un molino humanizado que se relamía de gusto ante la visión de los cereales; un dibujo que, aunque infantil, daba mal rollo, como las canciones de Rosa León. Seguro que el tío que diseñó aquel molino lenguaraz era fan del Quijote y de sus molinos o abusaba del chocolate con de trigo en todas sus variantes.

Miré la parte de arriba, se leía la fecha de caducidad: enero de 1988. Comencé a imaginarme a mí comiéndome esos cereales con 12 años, con el pelo de casco, a punto de lanzarme "al gran món"...decidí no pensar mucho en ello para no ponerme excesivamente moñas. Mi madre, mientras yo observaba arrebatado la caja de Chocopics, me miraba de reojo mientras pelaba la naranja.

-Si no encuentras nada de postre, creo que hay yogures. De Fresa. Son Hacendado pero están buenos.

Al campo con las señoras

John marcó el teléfono de Paul. Esperó pacientemente a que descolgaran al otro lado de la línea mientras observaba a Yoko haciendo una escultura con latas de atún vacías.

-¿Si?
La voz de Paul sonaba cansada.
-Oye, soy John, ¿cómo lo tienes esta tarde?
-Liado, ¿por qué?



-Es que me ha llamado George, quieren que grabemos unas imágenes para "Something".
Silencio.
-¿Una actuación?
-No, no hay que llevar los instrumentos. Tenemos que ir con nuestras parejas.
Yoko, al oír, eso dejó las latas de atún y miró a John extrañada.
Paul resopló al otro lado del teléfono.
-Yo no pienso ir. Es ridículo grabar algo más juntos.
-No, por eso te llamo. Quieren quedar con los cuatro, pero por separado. Luego juntarán las imágenes y... ya está. No tenemos que vernos.
Se hizo un silencio de varios segundos.
-¿Y Ringo qué dice?-preguntó Paul.
-Ya sabes, a él le encanta salir, no da problemas.
-Está bien, que me llamen y ya iré a grabar eso. Pero es lo último que hago. Que os quede claro.
Aquello le dolió a John, pero intentó disimularlo. Todo lo mejor que pudo. Y lo consiguió.
-Lo mismo digo, Paul.
-Vale John, ya hablamos.
-Vale, adiós, Paul.

John colgó el teléfono mientras Yoko había dejado las latas de atún a un lado y le miraba expectante.

-John...si vamos a salir juntos, como pareja, debería hacer una performance...
-No, que luego se ríen mí. Pegamos un paseo por ahí, que nos graben y ya está.

As seen on facebook

César Sabater iba por la calle y se ha cruzado con una joven recién duchada, con un traje cortito, de tela de toalla amarilla. Olía a limpio, a verano, a juventud y a jabón. La ha seguido unos metros disfrutando disimuladamente de su perfume, pero todo se ha esfumado cuando la joven ha carraspeado y ha lanzado un gapo que ahogaría a la Cosa del Pantano. The dream is over.

Cerdos ignorantes sois unos hijos de puta

IVAN FERREIRO "FAHRENHEIT 451" from Daniel Etura on Vimeo.

Ese magnífico feeling


Bendita inocencia.

Hace poco me crucé por la calle con tres chavales que iban juntos, de unos 16 años, los tres con abundante acné seborreico en el rostro, alguno con gafotas, los tres greñudos, espigados, y con pinta de no haberse comido un torrao en su vida. Pero no eran chavales normales, felizmente estaban tocados por el dedo mortecino y poderoso de Odín, aquel que les anima a llevar pantalones vaqueros elásticos de mercadillo, zapatillas Jhayber blancas, camisetas de Venom y magníficos chalecos vaqueros maqueados con parches de los Maiden, de los Judas, de los Megamuerte.

Por ellos, por ese magnífico feeling dónde los amplis de las guitarras tiene potencia de 11 sobre 10.

Es una pena lo de Dave

La semana pasada Dave Grohl perdió muchos puntos -como batería y como persona- cuando salió cantando el "Hey Jude" junto a la abuela de Paul McCartney y el bueno de Obama horas después de la última judiada en aguas internacionales. Se les veía tan felices... Desde entonces, mi aporreador preferido es este tío:


El ariete humano


Me ha sido imposible encontrar una foto que ilustre correctamente el título.

Estábamos en la plaza del negre tomándonos algo en la terraza. Era verano pleno, de noche pegajosa y yo estaba contando la historia de cuando me resbalé y caí a la fuente de esa misma plaza... calado de cintura a calcetines, el camino a casa por la calle caballeros, maldiciendo en voz alta para que me oyera hasta dios, mientras mis amigos se descojonaban compasivamente a unos metros tras de mí.

No pude llegar a contar cuando llegué a casa, me cambié y continué de farra, porque un sonido seco y fuerte, de un coco chocando con fuerza contra una montaña de obleas, llamó la atención de todos.

La puerta del bar que daba a la terraza era de como las de las películas de vaqueros, se abría a ambos lados, y atravesándola, como un ariete humano, venía algo desde dentro del garito. Drogopropulsado por el vicio de la noche más hermosa, alguien resbaló, su cuerpo se dobló y fue directo a la puerta con ímpetu. La cabeza hizo de punta de lanza y a toda velocidad y trontollando empujó la madera de la puerta, salió del bar y entró en la plaza con ardor guerrero pero, tras un par pasos en falso, el ariete humano se desplomó sobre la acera con una caída maestra, rápida y limpia, como si le hubieran pegado un tiro en lo alto de la nuca.

El ariete se había roto, pero había cumplido su función: la puerta estaba abierta. Era hora de volver a entrar.
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