Los Hermanos Químicos en "Menos es más"

Zeitgeist



En un mundo perfecto Dios debería ser el sol. El único que sin su presencia la palmaríamos todos, hasta las cucarachas. El resto somos prescindibles. Pero nuestro Dios ideal tiene un hermano mayor que debería estar en las noticias a diario, conocer si quiere un cafe tocado de Baileys, saber si tiene fiebre o si hay que sacrificar a alguien en su honor. Porque es seiscientas veces más grande que el sol, un SÚPER DIOS MEGA ESTELAR al que habría que adorar como hacían los egipcios antiguos, pero viendo el percal, con la seguridad de que no nos equivocamos. Ningún Dios inventado por los hombres puede superar a la realidad.

Alabado sea VY Canis Majoris.

PD: Aquí os dejo una foto de familia, una imagen megagigante (no se merece menos) del nuevo Dios, es el último por la derecha, sin poder evitar marcar paquete a su manera. Nuestro sol, el de siempre, está a la izquierda del todo. Y parece enano, un pixel en tu pantalla.

Radiactivo

Hermes de verano



Era pleno verano y pasábamos los días comiendo polos Avidesa de hielo y torturando insectos. También nos bañábamos, macerándonos en agua clorada hasta tener los dedos como pasas corintias. Todavía no nos pertubaban los braga tangas, ni falta de dinero, ni la vida. Éramos plénamente felices en el sentido horizontal de la palabra. Soñábamos con tener una BH California y los únicos enemigos eran las Vacaciones Santillana. Muchas tardes nos conformábamos con pasear por las calles cercanas en bici, siempre por la misma ruta por temor a perdernos, pero un día descubrimos algo que desencadenó la revelación.



Allí, en mitad del bosque de pinos, alguien había colocado unas señales que marcaban un recorrido para hacer carreras en medio del monte patrocinado por el grumoso Colacao. Como somos fans del Nesquick y el Colacao es de mala gente, decidimos organizar nuestra propia carrera. Recuerdo como en casa de Emilio, con lápiz y papel y como si preparásemos la fuga de Logan, marcamos el recorrido de la carrera para los tres participantes: Emilio, su hermano Currito y yo. Bajaríamos por nuestra calle, llegaríamos al final y volveríamos sobre nuestros pasos. Calculo que no llegaría a los trescientos metros pero aquello para nosotros, además de nuevo, era como subir el Anapurna.

A la de uno, dos y tres comenzó la carrera calle abajo. Emilio y su hermano Currito iban delante, medio pelándose como siempre, y yo tras ellos, cansado antes de empezar. Estábamos a punto de llegar a una zona del recorrido por la que no solíamos pasar, una especie de Amazonas virgen en el que nos esperaban, escondidos tras la vegetación, indígenas con cerbatanas envenenadas. La puerta de un siniestro chalet, abierta de par en par, tenía colgado un cartel que rezaba "Cuidado con el perro". Mientras pasábamos lo leímos con las canillas temblando.



Por la puerta abierta, al escuchar nuestros pasos talla 36, salió un perro del averno, enorme como el infierno en día de fiesta y con la mala leche de 3000 cancerberos. Tras él, sin poder controlarlo, su dueña nos gritó asustada la frase ya mítica:

-¡Corred que os mata!

Los tres, sin mirar atrás y sintiendo el aliento de la muerte cerca por primera vez, aceleramos el paso todo lo que pudimos mientras aquel chucho infernal nos ladraba sin perder el fuelle de su carrera. Y entonces, sin quererlo, me destapé: yo era un niño demasiado bueno, algo tartamudo y con el pelo de casco que de repente se revelaba como un niño con súper poderes, capaz de olvidar el cansancio y llegar a superar a mis dos compañeros de carrera, casi de volar. Como el dios Hermes, me habían salido alas en los tobillos y podia correr superando todas mis marcas, todas las tuyas.

Los tres salimos inmunes de aquel lance (todavía ni Emilio ni Currito ni yo entendemos como pude coger aquella velocidad casi inhumana), y en septiembre, al volver al colegio y tocarme hacer los 1000 metros en clase de gimnasia estaba tranquilo. Por primera vez. Sabía que, si quería, podía correr a toda velocidad, podía superar al capullo de clase, podía pasar -por un día- del suficiente. Pero al alcanzar los trecientos metros sin parar de correr mi cuerpo me pidió detenerme, mi bazo me daba pinchazos y el desayuno me volvía del estómago a la boca pidiendo paso. Como siempre había sido.

Paré de correr y apoyé mis manos sobre mis rodillas, doblado sobre mí, hecho polvo y faltándome el aliento mientras la saliba se descolgaba sin fuerza de entre mis labios. Derrotado. Yo era normal, peor que normal: era yo. Había perdido aquellos magníficos poderes, habían volado junto a mis alas.

On Melancholy Hill

Yo compré un calentador robot



En la tienda te vi colgado, junto a otros de tu especie. Los había de todos los tamaños pero sólo de dos formas: redondos o rectangulares. Por espacio, buscaba la forma del paralelogramo así que me fijé en tu hermano pequeño, un calentador de treinta litros suficiente para la vida de bohemia. Pero la pantalla apagada de tu frontal me hizo fijarme en ti, arrebatado por la novedad de la moda juvenil.

-¿Y eso qué es?
-Un panel de control. Puedes programarlo para gastar menos, diariamente o a la semana.
-Joder, qué guay. ME LO LLEVO.

Así, pensat i fet.

-Lo que pasa...es que es el último...si lo quieres, te tienes que llevar este, el de exposición. Sin embalaje.

Me acordé de la tradición fenicia de las mujeres de mi familia.

-Pero si es de exposición, me hacéis rebaja...¿no?
-No lo sé...espera que llame al almacén.

Pasaron unos segundos y mientras te contemplaba, apreté el botón de "ON" de tu pantalla pero al no tener luz, estabas dormido y seguiste igual. Dormido.

-Te rebajamos cuarenta euros.
-Vale, ¿me lo podéis llevar a casa?
-Eso son quince euros más.
-Joder...

Esta tarde han desmontado tu antecesor, uno de tu misma familia -los Cointra sois vascos, creo- pero él era de gas y tú eres eléctrico. Nada más colgarte, el fontanero ha apretado el botón de "On" y has empezado a llorar, haciendo parpadear todas tus luces de colores. Era la señal para darte los datos de navegación, tú eras el Entreprise y yo el capitán Kirk borracho. Con dificultad y asesorado por los conocimientos termales del fontanero he seleccionado la temperatura a la que quería el agua, la hora actual y el día de la semana en el que estamos. Y has dejado de llorar.

Luego he tenido la opción de empezar a configurarte día a día, los grados exactos para cada momento, las subidas y bajadas de temperatura, podía programarte para que te apagaras mientras yo estoy en el curro (o de farra), pero descubrir el botón de "función automática" ha abortado cualquier intento de sobeteo, de relación. Automatic for the people, como los rem.

Creo que tú y yo jamás llegaremos a entendernos. Y me alegro. Serás el Rolls Royce de los termos eléctricos de cincuenta litros pero nunca te daré conversación.

Juegos de guerra

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