La sombra de la luz


Battiato también fue modernuqui, como tú.

En 1992, pocos meses antes de la invasión yanqui, el genio de Catania ofreció un recital en Bagdag. Cantó la primera canción en árabe, una versión de la mítica, críptica y mística (cómo molan las esdrújulas) "La sombra de la luz".

Y por si fuera poco, además canta sentado, con barba de gobernador de Libia y sobre una catifa persa.

No se puede ser más grande.



Defiéndeme de las fuerzas contrarias,
en el sueño nocturno cuando no soy consciente,
cuando mi camino se hace incierto.
Y no me dejes nunca más,
no me dejes nunca más.

Devuélveme a las zonas más altas,
a uno de tus reinos de calma.
Es tiempo de escapar de estos ciclos de vidas.
Y no me dejes nunca más,
no me dejes nunca más.

Por qué los gozos del màs profundo afecto
o del anhelo más sutil de pulso
sólo son la sombra de la luz?

Recuérdame lo infeliz que me siento
lejos de todas tus leyes.
¿Cómo no malgastar el tiempo que me queda?
Y no me dejes nunca màs,
no me dejes nunca màs.

¿Por qué la paz de ciertos monasterios
o la armonìa vibrante de todos mis sentidos
sólo son la sombra de la luz?

Tonico cumple 100 años



Hoy mi iaio Tonico Pérez Sancho, fabricante de sombreros, vecino de la Calle Turia (Valencia), casado con Dolores y padre de tres infantes (entre elos mi madre) y miembro de la Sociedad El Micalet desde 1943, hubiera cumplido cien años.

Aunque hace tiempo que murió todavía echo en falta los domingos con sus magistrales paellas (lo único que sabía cocinar), su color de ojos azul intenso, su mítica y proverbial mala hostia, su voz profunda y su machismo a carta cabal, de esos de la Old School que más que repugnar, a mí me hacía mucha gracia; por desfasado, incoherente y cafre. Y que me perdone Bibiana Aído.

Aún le recuerdo en verano, con la ventana de su casa que daba al Jardín Botánico abierta del todo, buscando la brisa filtrada por las palmeras, vestido con el piyama estival. En esos últimos meses, me gorroneaba cigarrillos cada vez que iba a visitarlo. Y yo se los daba feliz. Cualquier médico hubiera visto aquello incorrecto. Yo no. Además, disfrutaba viéndole fumar esos últimos pitis, mientras comenzaba a contarme algo de su infancia o de la Guerra salpicado con leves fogonazos de simpática demencia senil, y siempre comenzando todas aquellas historias por su mítica coletilla: "Yo te diré...".

Sé que si por él fuera, todo el mundo debería ir en traje. Por ello, sé que le gustará este regalo. Aunque les falte el sombrero:



Feliz cumpleaños iaio.
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