La Caragunis
Aquí está el culpable de este post.
El de arriba es Giorgo Karagounis, uno de los jugadores de la selección griega de la recién Eurocopa. Estando en casa de un colega viendo uno los partidos de la selección de Demis Russos, al salir ese jugador, y más su nombre escrito en la camiseta, nos acordamos de la "Caragonis" y su bonita historia.
Aquí no suelo hablar de mis miserias; supuestamente, este es un lugar para hacerse uno el guay, el más alto, el más listo, el más follaor.
Pero también tengo mis miserias, amigos. Una de la más recientes fue con una chica a que conocí y que yo mismo, en un delirio de alegre joputismo bauticé como la "Caragonis", por su parecido con Slot el freak de los Goonies.
Do you remenber?:
Yo la conocí en una discoteca, a las tantas, y me pareció guapa. Era alta. Estilosa. Tenía 21 años. Era irlandesa. Y vivía sola en un piso de estudiantes. Un cúmulo de circunstancias demasiado apetecibles como para decirle que no, sino luchar a capa y espada por todo lo contrario.
Así que conseguí quedar con ella. En la plaza del Ayuntamiento. A plena luz de las tardes de mayo. Sin alcohol de por medio. Cuando la conocí la noche anterior estába algo alegre y no recordaba bien su rostro, pero sabía que me había gustado. Tenía esa sensación. Pero sólo era eso, amigos: sensación.
Yo llegué antes y estaba nervioso. Cada vez que aparecía una tía buena a lo lejos, yo creía que era ella, pero no, falsas y bellas alarmas. La cosa fue cuando apareció a lo lejos ELLA, y fue la única que me sonrió en la toda la plaza. Y yo quise morirme. Deseé que llegara un tsunami desde la Malvarosa y me sacara de allí "right here right now". Pero el mal ya estaba hecho y la mamela me la había vuelto a jugar. Again. Me hacía ver a todo más bello. Como cuando tecleo.
El escenario de la tragedia.
Después de darnos dos besos pensé que no la podía mandar a cagar. No se puede ser tan cabrón. Pasé la tarde alejándome de las calles principales, intentando no encontrarme con nadie conocido. Sí, digamos que tengo poca personalidad y que era tan fea que me daba vergüenza que alguien me viera con ella caminando por ahí.
Me la llevé a cenar a un garito del Carmen, eligiendo un sitio bien escondido, con poca luz y que no se viera desde la calle. Tras unas copas de vino, la Caragonis comenzó a transformarse en aquella que conocí hacía unas pocas noche. Volvía a ser la elegante, guapa y apetecible damisela. Aunque tenía algo en la cara que me recordaba ya menos a Slot, pero más a Madonna con necrosis y desfigurada por un marido alcohólico.