Last Day Dream

Last Day Dream [HD] from Chris Milk on Vimeo.

Lenny, ese Hombre


Aquí estoy, tan agustico...

Este videoclip ya tiene sus años, y sigue haciéndome sonreír (cuando no despollarme a carta cabal) por su jeta y su chulería de tres al cuarto. Y porque mola. Porque él, Lenny, sabe de sobra de que es el TÍO BUENO MÁS BUENO DEL MUNDO.



En el clip, Lenny hace de él mismo -¿para qué inventarse un personaje teniendo ya al puto amo?-, en una especie de autoparodia (sospecho que involuntaria) de la vida de una rock star.

Al principio, lo vemos como un hombre "normal", disfrutando de unos choco crispis en la cama viendo dibujetes animados. Pero no, enseguida vemos que ÉL es una estrella, llega de una gira -o de tomarse unos pinchos de chistorra- con una fantástica mujer a su apartamento. Allí -por su puesto un loft de 500 metros cuadrados y ventanales inabarcables- se nota el mal rollo, toda esa historia de la incomunicación de la pareja y tal...Lenny no es feliz con esa hembra de la que yo apreciaría hasta sus miasmas.

Agobiado por la situación y con la excusa de darse un garbeo para bajar las chistorras, Lenny sale a la calle y se mete en un bareto a tomarse un...¿almax?. Y allí surge la magia fácilmente, con una joven camarera (por supuesto megabuena, no me jodas hombre) con la que se ve enseguida que tiene feellings en común -como si le costara normalmente ligar- pero al poco la cosa acaba en coitus interruptus: Lenny tiene que irse, la obligación le llama: toca esa noche y el rock es el rock.

Tras el concierto, es rodeado por un harén de femellas, vuelve a casa con su pareja y la cosa estalla. Lenny, súper agobiado porque no es feliz, le da la espalada a su novia y se queda sin mojar (por una noche en su vida).

Y comienzan los planos sacados de su mente, en los que se imagina a sí mismo pegándose el bistec con la joven camarera, lengüetazos incluidos en plano detalle. Al día siguiente y sin haber pegado ojo en toda la noche, Lenny sale de nuevo a la calle y vuelve al bareto, buscando a esa joven camarera, pregunta por ella, incluso se asoma a la cocina en un gesto más propio de Mr. Bean, pero nada, ni rastro. Al final, supereducado, se despide de la señora que regente el bar y se pira; en ese momento -oh, fatídico azar- la camarera vuelve a currar y el encuentro se hace imposible. Y además, parece que ningún compañero de curro de la chica le dice “Eh, tía, que ha venido Lenny Kravitz buscándote to desesperao”. Nadie le dice nada. Hay que ser cabrones…envidiosos.

El video acaba con Lenny sólo en su apartamento, mirando lánguidamente por los ventanales y sabiendo que cuando el director diga “corten” su pilila nunca jamás volverá a pasar hambre.

Cinco puntos, colega


No Chicho, hostia...tres no...que son cinco.

Me he levantado pasadas las nueve de la mañana. En calzoncillos he ido a la cocina y he puesto la cafetera al fuego. Mientras el calor hacía el milagro de convertir aquellos polvos marrones en café, me he quedado mirando la puerta de la cocina; es corredera y parecía que se había descolgado de uno de los lados. Aún medio dormido, he cogido la puerta del pomo y he empujado hacia arriba, con la vana esperanza de que aquello volviera a su sitio.

Pero no. Y con la fuerza, he descolgado el cajón de madera que protege la guía de la puerta y ha caído de golpe y con fuerza, como una guillotina afilada sobre mi cabeza.

¡CLOCK!

Mientras notaba como el dolor crecía por segundos me he cogido de la cabeza, esperando notar el líquido saliéndose a borbotones. Pero sólo goteaba un poco, he cogio un trozo de papel de la cocina y taponando la herida, he ido hacia el recibidor de casa para mirarme en el espejo de la entrada.

En lo alto de la cabeza, amortiguado por el cabello, veía una pequeña raja de unos cuatro centímetros. No parecía mucho, pero al tocármela un poco y presionar un poco, la herida se ha abierto tanto como el diámetro de una moneda de 500 pelas, esas en las que salían Juan Carlos y Sofía de perfil.

Temblándome las piernas, he apagado la cafetera y he ido andando al ambulatorio que tengo cerca de casa. Al entrar más blanco que Andrés Iniesta la enfermera de la recepción me ha hecho pasar el primero. Eso me ha mosqueado, ¿es demasiado grave, doctor?; tras diez segundos en la sala de espera, el médico me ha recibido con prisas y me ha hecho sentarme. Él, de pie, ha observado la herida separando los pelos para poder ver bien.

Se le ha escapado un "uy" y yo he preguntado preocupado "¿qué pasa?". Él me ha dicho que había que coser. Mientras le enfermera me cogía de las manos y me decía "respira tranquilo" en un inocente intento de tranquilizarme, el médico se ha puesto los guantes y ha sacado la aguja. Los puntos han sido cinco, como pellizcos metálicos atravesando la piel. Un, dos, tres, cuatro y cinco. Aún me duele y noto la piel tirante. Pero podría haber sido peor. Si el madero cae unos centímetros más la izquierda el golpe podría haber sido letal.

Veo la escena: desnucado, en gayumbos y con la cafetera al fuego.

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