Las puertas se vuelven a abrir



Últimamente estoy sufriendo con placer un revival de los Doors; fue en el verano de 1992 cuando vi en un cine de reestreno la peli que dirigió el tronao de Oliver Stone sobre el mítico grupo liderado por el rey lagarto, ese tal Jeremias Douglas Morrison, Jim Morrison para el mundo. Muerto en plena gloria y a los 27 años, uno más del Club.



Y esa película era un cóctel molotov, sobretodo si te pillaba en plena edad del pavo; a mí me pillo de pleno y descubrí gracias a ella al grupo, algo que nunca acabaré de agradecer al amigo Stone, compañero en la universidad de cine de Los Ángeles del propio Morrison.



Después de ver la pelicula y en pleno estado de shock me compré los seis cassetes de golpe con toda la discografía. Aquello era nuevo. Era rebelde con causa. Era droga. Era follar. Era rock'n roll. Era cojonudo.



A muchos los Doors nos cambió la vida. Puede sonar cursi, pero es la verdad. Todos queríamos ser no "como" Jim Morrison, sino Jim Morison. Pantalones de cuero, numeritos dionesiacos, primeros escarceos sexuales, incluso primeros desafíos a la muerte; recuerdo la historia de un amigo afectado por el espíritu del Rey Lagarto y el alcohol gritando "¡¡¡Muerte, destrucción!!" en medio de una boda, delante de los novios.

Supongo que aquella pareja no tardó mucho en separarse.
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